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La historia de Lilith, la primera mujer de la humanidad

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Lady Lilith, de Dante Gabriel Rossetti (fragmento)
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Lilith es leyenda. Es misticismo. Es demonio. Es liberación. Y es, también, una figura reivindicada por los feminismos a la que le cabe el mote de haber sido la primera. La primera mujer. La primera feminista. La primera en decir: Hasta acá.

Conocí su historia en un espacio de educación híbrido entre lo formal y lo no formal judaíco, en mi adolescencia. No había vuelto a ella hasta ahora que me dispuse a investigar para traerla a este espacio. Para mi sorpresa, navegando entre sitios, textos y respuestas de una rabina y un rabino con quienes hablé, encontré que la leyenda de Lilith no es una sola ni pertenece solo a la cultura judía. Sino que es compartida por múltiples pueblos, que cada uno la cuenta diferente, hace diversas interpretaciones y le imprime a Lilith múltiples significados: desde el demonio más malvado que por las noches intenta matar niños y niñas pequeñas, hasta la primera mujer en rebelarse ante el intento de sometimiento del varón y en proclamar que su cuerpo su decisión, pasando por una figura astrológica que representa la luna negra del zodíaco: hay mucho.

Abarcarlo todo en este espacio, es imposible, por eso voy a contarte la historia que yo conocí de chica, que es la que me llevó a traerla en el marco de esta fecha y es, también, la más difundida entre las leyendas que circulan.

Según cuenta el primer capítulo del Genésis, la historia bíblica de la creación del mundo, la humanidad inicia así: “Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios los creó; varón y mujer los creó”. Es decir que varón y mujer habrían sido creados al mismo tiempo, de la misma materia: tierra, arcilla o polvo, según las diferentes versiones. Pero en el capítulo dos, la creación de la mujer aparece contada nuevamente y de otra manera. Allí se narra que después de crear a Adán, Dios dijo algo como “No es bueno que el hombre esté solo”, creó a los animales y después, haciendo que Adán cayera en un sueño profundo, le extrajo una costilla de la que “hizo una mujer y la trajo al hombre”. Esa fue Eva. A la que, claro, también se culpa por haber hincado el diente en el fruto prohibido, lo que los expulsó del paraíso y condenó a la humanidad a miserias y penurias. Pero el punto es: ¿por qué se cuenta dos veces y de dos maneras diferentes la creación de la mujer?

La rabina Silvina Chemen me compartió un material que dice que los cabalistas —quienes estudian la cábala, una disciplina y corriente de pensamiento esotérico iniciada por un sector del judaísmo para interpretar el Antiguo Testamento (la Torá) de forma mística y alegórica— hicieron diversas lecturas para explicar la contradicción entre ambas versiones. Una de ellas, también difundida, sugería que en un primer momento Adán había sido creado como un ser andrógino, es decir, que poseía un cuerpo femenino y uno masculino, y que ambos estaban unidos por la espalda. Y que, luego, Dios lo dividió. Pero la interpretación que me interesa es la que indica que la primera mujer, creada en el mismo momento, del mismo material y, por ende, en igualdad de condiciones que Adán, fue Lilith. Sucede que, al parecer, Adán no comprendió esa igualdad.

Esta versión de la historia aparece en el Alfabeto de Ben Sirá, una compilación de comentarios y relecturas del Antiguo Testamento o, en hebreo, un midrash —”una suerte de interpretación alegórica, mitológica judía” del siglo X, puntualiza el rabino reformista Damián Karo—.

Karo (que brega por un “judaísmo libre, igualitario y diverso”) la narra así: “Ahí cuenta que Dios tomó de la tierra y creó a Lilith. Entonces Adán fue a acostarse con ella, a tener un vínculo sexual, y ella le dijo: ‘Yo no voy a ir abajo’. A lo que él le contestó: ‘Yo no voy a ir abajo porque yo pertenezco y me vinculo a lo superior, vos tenés que ir abajo porque te vinculás con lo inferior’”. Lilith no acordó un ápice con el argumento de su compañero y le devolvió una muy elocuente explicación: “Dado que los dos fuimos creados por igual, de la misma tierra, no hay motivo para que yo vaya abajo”. “Dice el midrash que los dos hablaban y no se entendían y no se escuchaban y cuando él quiso forzarla, ella simplemente invocó el nombre sagrado de Dios y desapareció”.

Pero la historia sigue.

Lilith no se esfuma, sino que decide abandonar el Paraíso antes que someterse a las órdenes de su compañero varón, desoír sus propios deseos sexuales y renunciar a sus convicciones. Otras lecturas van más allá y aseguran que Adán deseaba relegarla a las tareas cotidianas —no sé si en este caso vale decir domésticas— del Jardín del Edén, básicamente a las que tenían que ver con atender las necesidades y deseos de su pareja y con ser madre, por supuesto. Al parecer, para Lilith, ese panorama no era ningún paraíso y tras pronunciar el verdadero nombre de Dios —algo prohibido en la tradición judía— le crecieron alas y salió volando. Según varias interpretaciones se radicó en el Mar Rojo, donde habitaban demonios y seres lascivos junto a quienes se entregó a la lujuria. De ellos engendraba miles de hijos demonios por día, llamados Lilim. A ella también se la llamó Madre de los Demonios. Una especie de Daenerys Targaryen, Madre de Dragones, pero malvada.

Despechado —y probablemente con el ego herido— Adán se quejó ante Dios por el abandono de su compañera, por lo que Dios envió a tres ángeles a buscar a Lilith: Senoy, Sansenoy y Semangelof. Pero Lilith se negó a volver. Como castigo ante su desobediencia los ángeles le advirtieron que matarían a un centenar de sus hijos-demonios por día. Lilith respondió que incluso eso era mejor que volver con Adán y someterse a él. Y que así como sus hijos perecerían, ella mataría a los hijos e hijas de Adán: juró atacar a los niños, e incluso a sus madres, durante el nacimiento. Y advirtió que los varones, hasta los ocho días —es decir, antes de ser circuncidados— y las niñas hasta los 20 días de vida estarían en peligro de ser objeto de su ira. También aseguró que atacaría a los hombres en sus sueños, robándoles su semen para gestar más niños demonios, por aquellos que le matasen a ella.

De esto, cuenta Karo, “se desprenden algunos amuletos que cuidarán sobre todo a los niños varones”, ya que según la leyenda Lilith jura no atacar a los recién nacidos que lleven los nombres o las formas de los tres ángeles inscritos. Por ese motivo, explica Ben Sira en su interpretación, se escriben sus nombres en amuletos que se les coloca a los recién nacidos varones.

La cuestión es que en el Edén, Adán seguía solo. Entonces Dios decidió darle una nueva compañera. Pero esta vez sería diferente: la crearía a partir de sus propios huesos para asegurarse de que no se rebelara y le obedeciera. Así fue como le sacó una costilla y creó a Eva. Aunque ni tan dócil ni tan sumisa, Eva mordió el fruto prohibido. Hay muchas versiones que indican que la famosa serpiente que la persuadió era, en realidad, Lilith.

Atkinson Art Gallery Collection

Lilith y su reivindicación feminista

“La tradición judía es una tradición interpretativa. Es una tradición que, más que basarse en un texto, se basa en la interpretación de los textos”. Explica Damián Karo ante mi pregunta acerca de si hay corrientes judaicas que promuevan las relecturas aggiornadas de los llamados “textos sagrados” de los que parte la religión, pero también la cultura, las tradiciones y creencias.

Karo señala que quizás es demasiado decir que se promuevan las relecturas pero que, con seguridad, todo se erige sobre interpretaciones, que “aún los que sostienen que se basan en algún texto, lo hacen solo con la lente de las interpretaciones de otros textos, que no llamarán texto sino palabra divina, revelada, pero que son libros concretos”. Y que, “en general, lo que llega a nosotros, la línea histórica que sobrevive de la diversidad de judeidades de cada tiempo y lugar, es la línea de la interpretación”. Entonces, sostiene que “sí podemos decir que el judaísmo, la biblioteca judía y el pensamiento judío tienen como columna vertebral validar los textos anteriores a través de relecturas”. “Es clave de la tradición la interpretación, la resignificación. No podríamos pensar de otro modo que lo judío siguiera existiendo si no fuera por la actualización que le damos a los textos”.

Le pregunté sobre esto porque, como te comentaba, hallé múltiples interpretaciones del mito de Lilith. Pero lo que más me asombró fue toparme con la que hizo Judith Plaskow, teóloga, escritora y activista estadounidense conocida por ser la primera teóloga feminista judía.

En el comienzo de la década del 70, Plaskow hizo lo que es tan usual principalmente entre los varones ortodoxos y estudiosos de los textos sagrados del judaísmo: juntarse a leerlos y reinterpretarlos. Solo que ella se reunió con un grupo de mujeres, judías, feministas que, sin perder de vista ni la religión ni sus convicciones, estaban dispuestas a tomar la historia de Lilith escrita por Ben Sirá, es decir, la interpretación del siglo X que narro arriba, y darle una relectura contemporánea: la interpretación de la interpretación.

Para Plaskow y su grupo de teólogas, Lilith y Adán fueron creados en condiciones de absoluta igualdad y su ruptura se debió al autoritarismo de Adán —¿el primer machirulo?—, que no estaba dispuesto a reconocer esa igualdad. Como Lilith no pensaba asumir el rol pasivo que su compañero pretendía, pronuncia el nombre sagrado de Dios y abandona el Edén y a su compañero. Poco después Dios crea a Eva, un poco más dócil, de la costilla de Adán.

Hasta ahí la historia es casi igual. Pero continúa: un día Eva, la segunda mujer de Adán, se encuentra a Lilith en los límites del Jardín del Edén y se da cuenta de que no es un demonio que mata recién nacidos como Adán la había descrito, sino una mujer igual a ella. Ambas se sientan a conversar: se cuentan sus historias, empatizan, ríen, lloran, hasta que crece entre ellas un vínculo de sororidad. Mientras: Dios y Adán temen el momento en que Lilith y Eva vuelvan juntas al Edén para reorganizarlo según su criterio.

En la tradición judía, basada en interpretaciones y reinterpretaciones, es usual que los rabinos escriban un midrash, una reversión de la historia o una suerte de explicación, cuando algo no coincide o incluso se contradice en el Antiguo Testamento, como sucede en este caso con las dos versiones de la creación de la mujer. Es por eso que la relectura feminista del grupo de Plaskow hace sentido. Según esta teóloga, cuenta Sandra Barba —autora de un artículo que narra esta historia en la revista Letras Libres—, su misión es hacer que las historias de las mujeres “surjan de los espacios en blanco que hay entre las palabras y las letras de la Torá”.

“Por supuesto que es un acto feminista leer y reescribir a Lilith, figura mitológica de la mujer como demonio, desde otro lugar. Lilith fue la que le dijo al varón ‘Yo no voy abajo, acá no hay dominación’, ‘Los dos venimos de la tierra. Los dos somos iguales’. Y además es esta idea [revolucionaria] de una mujer que se va, [que abandona al varón], en el tiempo que fue escrito ese mito. Leerlo hoy es absolutamente feminista. La mesa está servida para, justamente, retomar lo que era mal visto para empoderar a esa Lilith y con ella a todas las mujeres, y darle una relectura”, opina Karo.

Además de ser, también, un guiño para las feministas que no quieran abandonar el judaísmo —retrógrado en sus corrientes más ortodoxas—, esta versión del mito de Lilith, —que se encuentra en el libro de Plaskow, The Coming of Lilith. Essays on Feminism, Judaism and Sexual Ethics 1972-2003 (2005)—, viene a reivindicar a esta antiheroína y a salvarla de la demonización y la oscuridad a la que se la había relegado por haber desobedecido y abandonado al varón, y viene a poner las relaciones de solidaridad entre mujeres en el inicio de la historia de la humanidad. Lo que también intenta desterrar el mandato de competencia femenina y poner en su lugar a la sororidad.

Sobre esto, Barba cuenta que Plaskow “quiso documentar el proceso mediante el cual se redactó este nuevo mito”. “La teóloga y sus colegas, como tantas otras, solían reunirse en grupos para hablar acerca de lo que implica ser mujer. La desigualdad de género iba revelándose por medio de las historias personales que compartían —y que abarcaban temas como la familia, la sexualidad, el trabajo, el mundo del arte y la religión—. De ahí que en esta versión del mito, Lilith y Eva se sienten a conversar durante horas. Si la narración insiste en ello es porque esta organización de las bases fue crucial para el movimiento feminista: el reconocimiento que se da mediante el diálogo es el punto de partida de la sororidad y de la alianza que las llevará a reconstruir su sociedad”.

Plaskow trajo del exilio a Lilith, cuyo destierro a la oscuridad había sido el castigo por rechazar los mandatos de género, el orden social que se pretendía establecer, ahí: desde el Génesis.

El nombre de Lilith bordado en uno de los manteles de The Dinner Party, de Judy ChicagoEl nombre de Lilith bordado en uno de los manteles de The Dinner Party, de Judy Chicago

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