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Estados Unidos e Irán: entre la paz insostenible y la guerra improbable

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Luego de la sorpresiva eliminación física del general Qassim Suleimani, principal estratega militar de Irán, por orden del gobierno del presidente Donald Trump, el mundo experimentó un sobresalto y se sumió en la incertidumbre.

Se esperaba una reacción del gobierno iraní.

Centenares de miles de personas se lanzaron a las calles tras el féretro que transportaba los restos mortales de quien era considerado un héroe nacional, bajo la consigna de “Muerte a América”.

El Ayatollah Ali Khamenei, el más alto líder espiritual de la nación iraní alertó, en forma vigorosa, que habría venganza.

Sin embargo, todo eso, aparentemente, se esfumó.

Desde Irán se lanzaron varias decenas de cohetes a bases militares en Iraq, donde se encuentran tropas norteamericanas. De manera anticipada, se notificó a las autoridades iraquíes, pues, evidentemente, no se pretendía causar bajas.

Frente a esa situación, el presidente Trump, que en principio había tronado con una retórica incendiaria y amenazante, bajó el tono de sus palabras en lugar de inclinarse por un escalamiento del conflicto suscitado.

Para los Estados Unidos, el asesinato del general Qassim Suleimani, era algo que se había contemplado con anterioridad. Esto así, en razón de que se consideraba como el arquitecto de los principales conflictos armados que se generan en la región del Medio Oriente, en perjuicio de los intereses estadounidenses y de sus aliados, como son, entre otros, Arabia Saudita e Israel.

No obstante, los gobiernos de los presidentes George W. Busch y Barack Obama lo habían desestimado, por considerarlo de alto riesgo.

Consideraban que sería interpretado como una provocación a Irán, lo cual podría dar lugar a una intensificación de los conflictos en una región ya de por si afectada por una inestabilidad política crónica.

Revolución Islámica

Las tensiones entre Estados Unidos e Irán no surgieron, sin embargo, de los recientes acontecimientos que han colocado al mundo en vilo. A decir verdad, se remontan, en tiempos modernos, al triunfo de la Revolución islámica, liderada por el Ayatollah Khomeini, en 1979.

Con el triunfo de esa revolución, que puso fin a la dinastía monárquica del shah Reza Phalevi, se inauguró una nueva etapa en la historia, de formación de un Estado teocrático, en la que el Islam dejaba de ser solo una religión, para convertirse en un instrumento político.

Durante el gobierno del presidente Jimmy Carter se entró, desde un principio, en una situación de conflicto con el nuevo régimen. La embajada norteamericana en Teherán fue ocupada por manifestantes iraníes que tomaron y mantuvieron como rehenes a diplomáticos norteamericanos por más de un año.

Las nuevas autoridades iraníes intentaban esparcir el Islam, en su versión chiita por el resto de los países musulmanes. Una guerra con la Iraq de Saddam Hussein rápidamente se desató, la cual duraría prácticamente toda la década de los ochenta.

Luego de ese enfrentamiento armado y de la muerte del líder histórico de la revolución, el Ayatollah Khomeini, la política interna y externa de Irán, o de la antigua Persia, ha estado bajo la influencia de halcones, o sectores de línea dura, y de palomas, o grupos moderados.

Del lado norteamericano ha ocurrido algo semejante.

Mientras los demócratas, en la Casa Blanca o en el Congreso, han intentado conducir por la vía diplomática sus relaciones con la República Islámica, los republicanos, por el contrario, han preferido siempre la confrontación.

Así, por ejemplo, durante la época de gobierno de Mahmoud Ahmadinejad, halcón por excelencia, se generó una situación conflictiva con los Estados Unidos, Europa e Israel, debido a que este desarrolló una política de nacionalismo radical en la que reivindicaba el derecho de su país a desarrollar tecnología nuclear.

Más aún, estos países acusaban a Irán de apoyar a grupos armados como los de Hezbollah, que operaban en el sur del Líbano, y de Hamas, que funcionaba en Gaza, como el brazo armado del grupo palestino de esa localidad.

Al radical de Ahmadinejad le sustituyó en el 2006 el moderado Hassan Rouhani.

Este, en lugar de sostener el derecho de Irán de enriquecer el uranio y desarrollar tecnologías nucleares, prefirió negociar con la comunidad internacional los límites del ejercicio de ese derecho.

Así lo hizo, contando con el concurso de Francia, Reino Unido, China, Rusia y Alemania. Con el gobierno del presidente Barack Obama logró la suscripción de un acuerdo que eliminaría la posibilidad de desarrollar armas nucleares.

La Era de Trump

La adopción de un acuerdo entre Irán y los Estados Unidos para no desarrollar armas nucleares y levantar las sanciones que habían sido impuestas a Irán por su presunta decisión de hacerlo, llevaron calma y tranquilidad a los pueblos del mundo.

Sin embargo, el Congreso de mayoría republicana en los Estados Unidos y el gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu, en Israel, manifestaron su oposición a dicho acuerdo, al considerar que no ofrecía suficientes garantías al cumplimiento del mismo.

La Agencia Internacional de Energía Atómica de las Naciones Unidas llegó a certificar el cumplimiento de las autoridades iraníes con el compromiso suscrito. A pesar de eso, sin embargo, al llegar a la Casa Blanca, el presidente Trump asumió los criterios de los legisladores de su partido para plantearse la revocación de ese acuerdo y restablecer nuevas sanciones económicas a Irán.

En los últimos tres años, es decir, durante la administración Trump, esa ha sido la relación entre Estados Unidos e Irán: una de tensión, conflictos y desconfianza.

A fines del pasado mes de diciembre, un grupo paramilitar iraquí, apoyado por Irán, lanzó más de 30 cohetes a una base militar iraquí, donde murió un contratista norteamericano.

Como respuesta, Estados Unidos arremetió con ataques aéreos contra las bases de esos grupos militantes, ocasionando la muerte de 24 personas en Iraq y Siria.

Esos intercambios provocaron, a su vez, que en la víspera del año nuevo se realizase una protesta frente a la embajada norteamericana en Iraq. De ahí se generó un incendio en su área de recepción, lo que disparó las alarmas en Washington.

La idea era que no podía permitirse que se repitieran los acontecimientos de Teherán de 1979, ni los de Bengasi, en Libia, donde resultó muerto el embajador norteamericano en ese país.

Alegando que el general Suleimani no solo había sido el principal instigador de la inestabilidad política del Medio Oriente, sino que además era el portador de nuevos planes bélicos en la región, el gobierno del presidente Trump optó por eliminarlo, sin notificación previa al Congreso norteamericano y sin tomar en consideración la soberanía del Estado iraquí.

Las tensiones entre Estados Unidos, potencia global, e Irán, potencia regional, ponen en riesgo la estabilidad y seguridad de todo el Medio Oriente. Por esa razón, frente a los recientes acontecimientos, el mundo está a la expectativa.

Se esperaba una guerra que parece no va a producirse.

Pero tampoco se puede esperar una paz que no parece sostenible.

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